jueves, 30 de septiembre de 2010

Margurt


Una calurosa tarde cruceña, en el barrio San Carlos, cerca del zoológico, en la calle las gaviotas número ochenta y ocho se gestó el Margurt. Rondaba el año noventa y tres, y este joven de un poco más de diez años tuvo la osadía, la viveza, el toque de grandeza que jamás había tenido antes y jamás tuvo después, de mezclar medio limón en su vaso de yogurt sabor frutilla (que no fresa), causando un corte en el yogurt y una explosión en las papilas gustativas para el resto de su existencia. Le llamó Margurt. Nombre basado en su mero egocentrismo y en una consonancia jugosa complementaria al producto nacido para las masas. Y ese era el destino del Margurt, llegar a satisfacer el paladar del vulgo, invadir las calles y crear un culto a su sabor sui generis. Futuro que se fue diluyendo en charlas sobre patentes con su padre/abogado y que terminaron por frenar un sueño monetariamente productivo, pero no frenan hoy el despertar de dicho gusto diez y siete años después, debe renacer el Margurt no porque me haya acordado el otro día, sino porque el lo vale (expendables dixit). 


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