jueves, 24 de junio de 2010
de a pie
Y no tengo nada contra otros medios de locomoción, pero siempre preferí estar de a pie. Hay cierta obnibulosa grandiosidad en ser una persona de a pie, por ende he de tratar limpiar dicho concepto. Es la libertad misma sin aderezos, claro que podrías volar, claro que podrías ser mas veloz que una gacela, claro y claro, que podrías ser mas rápido y supremo, pero esa libertad de ser solo lo que es uno desde siempre, dominar tu espacio físico, solidificar tu universo adyacente, eso no lo consigue otro que no esté de a pie. Casi me había olvidado de ello, casi, por suerte hay momentos para recordar cada cosa, y decisiones que aseguran nos los quedemos.
Como todo en esta vida estar de a pie no debe ser un exceso, ni una obligación, debe ser necesario y respectivo. Acompañado de elucubraciones, choques térmicos y sonoros, ensalsado con luces y oscuridades. Debe estar provisto de frenos, intersecciones, desbalances y derrapes, debe dibujar el piso sin rayarlo, debe resbalar a veces y sin miedo de borrarlo. Y sí debe mezclarse sin dejar de ser si mismo, saludar cuando saluden, parar detenerse pensar, avanzar inclemente arrollar, debe la conciencia de cada pliego de charco que desbanda, debe las manchas de un apoyo, los vientos, los bloques, las imperfecciones dominadas. Debe sobre todo el reflejo de la frente en alto que avanza con recuerdo y sin retorno.
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