Tan sólido, tan condesado y lógico. No recuerdo un objeto tan perfecto como la copa del mundo, compararlo con otras copas o trofeos es un insulto, su nivel de representatividad humana es tan alta que bien se merece ser lo que es. Ya se dieron cuenta que hablo de la copa y no el torneo, que si bien el torneo lo espero con ansias cada cuatro años, es ese pedazo de oro y malaquita diseñado por un inspirado Silvio Gazzaniga el que se eleva para coronar a los reyes del mundo sin discusión valedera. Precisa y compacta, aguerrida y elegante, pacificadora y jodidamente deseable y besable, adjetivos y adjetivos podría seguir lanzándole porque algo tan maravilloso en concepto y ejecución, tan comprensible en todo estrato, tan simbólico merece ser vanagloriado. Yo la miro de lejos, porque se que nunca va a ser mía, pero eso no me priva de admirarle. Es bueno entonces ya que estamos en épocas de su torneo que recuerde sus primeras imágenes en mi mente. Quien no va a recordar a Maradona besándola en todas las fotos, o la primera replica de plástico que tuve en mis manos, de esas llenas de dulces (cosa que deberían repetir), si cuando tuve esa copita el año noventa jugué todo un día descalzo en la arena lluviosa a que reinaba el mundo, esa noche también conocí a los zaballones pero esa es otra historia. Se viene el estallido.
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